Nos quitaron la tranquilidad. Tucumán se ha convertido en una provincia que asusta. Atemoriza escuchar un trueno o ver un show de relámpagos. Perturba saber que hay familiares afuera cuando las calles comienzan a anegarse. La muerte acecha y los ciudadanos nos sentimos indefensos. El agua avanza y se lleva todo tras de sí; especialmente, nuestra calma. Diciembre acaba de confirmar que es un mes que se ha ensañado con esta tierra. En lugar de relacionar el último período del año con celebraciones y balances, los tucumanos entramos en pánico cuando el doceavo mes comienza a desandar. Nos arrebataron hasta el derecho a festejar sin culpas en diciembre.

No hay argumento que esgrima el intendente Germán Alfaro capaz de justificar que una persona muera ahogada a siete cuadras de la plaza Independencia. No hay razones válidas que permitan al gobernador Juan Manzur explicar cómo hay ciudadanos que para llegar a sus casas deben cruzar un río mediante tablones improvisados porque un puente, caído en marzo y reconstruido en agosto, volvió a derrumbarse. Uno y otro, con diferentes matices y responsabilidades, gobiernan la ciudad y la provincia desde hace 12 años. ¿De quién es la culpa? Las responsabilidades son ineludibles.

Nos quitaron hasta las ambiciones. De a poco, nos hemos ido acostumbrando a creer que no merecemos más de lo que nos dan. Que está bien que las calles de la ciudad tengan más agujeros que una pieza de queso y que se inunden con una lluvia de media hora. Que es normal que una gestión de más de una década deje rutas socavadas por los ríos, pueblos inundados, puentes caídos y crímenes impunes. La revalorización del paseo Central Córdoba se inauguró en julio y, en esa ocasión, las autoridades la presentaron como el resultado de una administración ordenada y previsible.

¿A ninguno se le ocurrió colocar carteles que adviertan a los desprevenidos que, en caso de tormenta, ese lugar es sinónimo de muerte? Hace dos semanas, el 23 de noviembre, Manzur recorrió obras entre San Javier y Raco y se jactó de que, en su gestión, no se reconstruirán puentes sino que se harían pasos nuevos “con las últimas técnicas de ingeniería” para hacerlos más resistentes. ¿No se le ocurrió antes de hablar cerrar los ojos y visualizar el estado catastrófico de la infraestructura provincial? Si hasta para llegar a su casona en Yerba Buena debe esquivar montículos de tierra y tachos oxidados que hacen las veces de baranda a lo largo del Camino del Perú.

Tampoco vale la excusa de su tiempo como ministro de Salud en Buenos Aires para exculparlo: los puentes y las paredes de los canales se cayeron con las lluvias de marzo, cuando él ya había reasumido la vicegobernación. Alfaro tampoco puede aducir que estuvo cuatro años en la Capital Federal, porque mientras ocupó una banca en Diputados dejó en paralelo una oficina suya abierta en la sede municipal. Los tucumanos, de a poco, hemos ido aprendiendo a conformarnos con casi nada: apenas un cartel de advertencia de peligro o un paso alternativo, de tierra y siempre que el río no crezca, para transitar.

El baile del pánico

En esta semana se cumplirán dos años de aquella imagen de la presidenta, Cristina Fernández, bailando arriba de un escenario mientras, en esta provincia, los tucumanos lloraban por el miedo y la indefensión. Justo el jueves 10, ella dejará el poder y regresará a su hogar. El ex gobernador José Alperovich, en tanto, iniciará su gestión como senador nacional. El mismo día, casi una decena de comprovincianos se abrazarán para llorar a sus muertos, aquellos que –por una u otra razón- fueron víctimas del ninguneo oficial, de la impericia gubernamental y de la irresponsabilidad policial.

De un tiempo a esta parte, los tucumanos hemos comenzado a asociar diciembre con un sentimiento de angustia. El temor a que se repitan los trágicos hechos de hace dos años no cesa con el tiempo y las autoridades también son responsables de ese miedo. Simplemente, porque los focos de pobreza estructural se mantienen y porque las desigualdades siguen siendo amplias. En el Gobierno de Manzur no lo admitirán, pero están preocupados por el clima social de tensión existente ante el recambio nacional y los antecedentes de los saqueos. De hecho, fueron los propios legisladores y concejales con trabajo territorial en barrios periféricos los que trasladaron esa aflicción a la Casa de Gobierno. Por eso, la Secretaría de Seguridad comenzó a diseñar un esquema de refuerzo policial y de vigilancia para los días que se avecinan.

El año pasado, el Ejecutivo envió a los beneficiarios de planes sociales (se identificaron con pecheras coloridas) para custodiar los alrededores de los supermercados y de los centros de compras. El problema es que, esta vez, los referentes oficialistas advierten que es muy poco lo que, tras las elecciones, pudieron acercar a los barrios.

Y saben que, sin “soluciones”, es difícil contener a sus dirigentes. De ahí que traten de hacer entender a Manzur, que llegó deslegitimado al Gobierno, que aún no está en condiciones de soportar una revuelta social y que debe aniquilar el más mínimo germen de conflicto. Un sector, en rigor, ya amenazó con intensificar las protestas.

Diciembre, para los tucumanos, dejó de ser un mes festivo. Es que, de a poco, nos fueron quitando la calma y, fundamentalmente, la confianza.